martes, 28 de octubre de 2008

Por fín completo, y por mucho tiempo...





Y uno aprende,..., y por si solo, sintiendo cada golpe de la vida en tu propia piel. Y como a mí también me tocaba aprender porque, aunque me creía que uno no era tan tonto como podía parecer, nada mas lejos de la realidad, y gracias a dios, solo me ha costado cuatro años de mi vida, que muchos están para aprender lo que he aprendido yo, mucho tiempo mas, o me atrevería a decir que toda la vida.


¿Nos hacemos las reflexiones adecuadas cuando nos enamoramos de alguien?. Está claro que cuando alguien nos gusta mucho, y nos enamoramos, tendemos a hacer todo lo posible por conseguir estar con esa persona y que nos corresponda. Todo vale.

Pocas veces, al menos al principio y menos aún si es un amor loco por nuestra parte, nos ponemos a pensar si esa persona en particular nos conviene, qué esperamos de ella y qué partes de nosotros mismos mejoraran cuando estemos a su lado (si, no es algo que nos planteemos, pero cualquiera que haya tenido pareja, le haya salido bien o mal, sabe que convivir con una persona potencia rasgos de nuestra personalidad que con otra distinta no saldrían a flote).

Las madres se fijan en eso cuando vigilan a sus hijos por aquello de “las malas compañías” (y no me diréis que no resulta curioso que en pleno ataque de delirio amoroso no cuidemos de nosotros mismos con más cuidado del que lo haría nuestra madre).


Todos sabemos de personas que son balas perdidas y que se han “reformado” al encontrar la pareja adecuada, y al contrario, personas respetables que han perdido todo signo de cordura al emparejarse con una mala cabeza. Tenemos que partir de la base que “ser” una pareja (como el anuncio de Antonio Banderas, lo que importa es “ser” y no “tener”) implica que los dos miembros de la pareja ganan algo y pierden algo también en el proceso.

Las parejas buenas enriquecen sus vidas al estar juntas y son mucho más que la suma de sus partes. Todos esperamos ser de esas parejas al enamorarnos, pero lo cierto es que pocas veces, cuando podemos (si, justo al principio, cuando hay aún posibilidad de dar marcha atrás) nos planteamos no sólo por qué queremos a esa persona, sino también para qué (y obviemos el fin primero más obvio, por favor) la queremos. ¿La queremos para que nos alegre la vida? ¿Para que nos acompañe, para que nos atienda? ¿Para tener hijos con ella, para formar una familia? ¿Para que nos ayude a crecer como personas, para que nos prepare la comida, para tener a alguien con quien discutir?...


Sólo quiero dejar un apunte, por si no os habías dado cuenta de la cuestión: mientras que preocuparse sobre el por qué queremos estar con una persona implica respuestas ajenas a nosotros mismos (porque es guapa, porque me hace sentir mejor, porque es el ser más afín a mi, porque tenemos los mismos gustos...) el preguntarnos para qué nos afecta casi exclusivamente a nosotros mismos y a nuestras necesidades intimas (para que pueda despertarme con ella, para que alegre mi vida, para que le de un sentido, para dejar de estar solo, para tener alguien a quien amar) y nos da el valor justo de nuestras carencias. A lo mejor deberían ir por ahí nuestras preocupaciones primeras, no en saber lo que nos va a dar esa persona, sino en saber lo que nos falta y buscamos que nos den.


Y ojo, que no pienso que estar con alguien por no sentirse solo, o porque te mantenga, o porque sientes que no vas a atraer a nadie más, no sean razones validas para estar con una persona. Pueden ser erróneas, y a la larga, pueden que no te hagan feliz. Puede que un día, si encuentras otra forma de llenar tus carencias, esa persona deje de interesarte, o que si ella busca en ti suplir lo que le falta, llegue el día que tú tampoco seas imprescindible para ella. Pero también es cierto que es muy difícil saber la proporción exacta que el amor tiene de dependencia, interés, miedo, responsabilidad o deber.

Todo es parte del amor y la proporción que tenga hace que el amor sea saludable o no. No me creo que exista el amor desinteresado cien por cien, el amor que sólo persiga el bien del amado única y exclusivamente. Ni siquiera pienso que el amor maternal, con todos sus estereotipos sea desinteresado del todo.


El amor es así y en su resistencia, y en su fragilidad está su grandeza.


Sega, en una de esas comparaciones que me encantan, definió al amor como un bonsái que hay que cuidar. Para mí, si seguimos la similitud con las plantas, enamorarse sería como tener un cactus, que aguanta de todo, le da igual que lo reguemos o no, cómo sea la tierra o donde lo coloquemos. La planta es tozuda y voluntariosa como lo fuí yo, y con pocas condiciones que se den, allá que crece y hasta florece.


Amar en cambio sería como tener una orquidea muy cara, muy delicada y muy exclusiva. Necesita mimos constantes, cuidados a cuatro manos, buen clima, mucha atención... y a veces, con todo y con eso no logramos que salga adelante. A veces nosotros ponemos de nuestra parte, pero la otra persona no, y se le acaba el oxigeno a nuestra planta. O la regamos en exceso, o incluso la asfixiamos de calor.


Antonio Gala, creador de algunas de las más hermosas frases sobre el amor, dijo una vez que “el amor no crece en los árboles como las manzanas en el Jardín del Edén. Hay que cuidarlo y preocuparse por él cada día.

Es un trabajo duro”.Con eso me quedo. El trabajo más duro, y para el que estamos mejor dotados si queremos, claro.


Y ahora sí dar las gracias de todo corazón a Mónica, maestra de la vida, una de las personas que mas me ha cuidado siempre y espero que no deje de hacerlo nunca,Toni, ya sabes que tu y yo somos también bastante parecidos, a Ana y a Tamara, ya se lo que es la amistad. Y a todos, María, Joan, Javi, Iván...( y a muchos otros/as que he conocido durante este breve espacio de tiempo) los que preguntais, os molestaís y compartís, ahora sí, mi vida.

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